Kyrye eleison
¡Señor ten piedad de nosotros! La
Iglesia, poniendo esas palabras al comienzo de las letanías quiere
hacernos recordar que es necesario, antes de la oración, buscar en el
seno de la misericordia de Dios la gracia y los auxilios que puedan
hacerla agradable y saludable para nosotros. Se dirige en primer lugar a
Dios Padre, que siendo el Padre de las misericordias y el Dios de toda
consolación, está siempre listo a concedernos una renovación de sus
grandes misericordias, cuando se la pedimos con las disposiciones que
exige de nosotros.
Christe eleison
¡Cristo, ten misericordia de nosotros! Para
convencernos de la benéfica misericordia de Jesucristo, abramos el
Evangelio que refiere los prodigios de su misericordia y sigamos la
secuencia. Cuántos efectos misericordiosos no han experimentado los
hombres en el tiempo que ha vivido entre ellos. No veremos a nadie que
haya implorado sobre el cuál no se haya detenido. Tendió la mano
auxiliadora a todos los desventurados, devolviendo la vista a los
ciegos, el oído a los sordos, la palabra a los mudos y la vida a los
muertos; cuantos se dirigieron a él lo hicieron exclamando: ¡Jesucristo,
ten misericordia de nosotros!
Kyrye eleison
¡Señor ten piedad de nosotros! Al
Espíritu Santo, a ese Dios de amor y de caridad, que gusta comunicarse
con las almas fervientes hay que dirigir, sin cesar, votos ardientes y
sinceros en nuestras necesidades y, sobre todo en el estado de pecado.
Es Él quien va delante del pecador por su misericordia. Es Aquél que
habiéndole prevenido, lo llama; que habiéndolo llamado lo justifica y
que, habiéndolo justificado, lo conduce por los senderos de la justicia,
y así, elevado a la perfección por el don de la perseverancia, para
darle la corona de la gloria. Tales son los grados de la gracia del
Espíritu Santo para aquellos que, en la efusión de un corazón destinado a
recibir sus divinas influencias, le piden, por el fervor de sus
oraciones, la pureza de sus deseos y la solicitud de su divino amor.
Ejemplo
Santa Matilde, leyendo un día esas divinas palabras del
Salvador mostrando a la Santísima Virgen: Mujer he ahí a tu Hijo, se
sintió inspirada de pedir al Hijo de Dios que la hiciera partícipe de la
gracias concedida a San Juan, para que esas palabras que fueron
pronunciadas en el Calvario, pudieran ser dichas nuevamente, en su
favor, a la Santísima Virgen: Mujer he ahí a tu Hijo. No terminó de
decir su oración y ya sentía su efecto; escuchó la adorable voz del
Salvador recomendada especialmente a los cuidados de su Santísima Madre,
en consideración a la Sangre que había derramado por el alma de esta
hija, que era su esposa por los santos compromisos que había asumido con
Él. Matilde, colmada de dicha y de confianza delante de tal
recomendación, fue movida a hacer el mismo pedido a favor de aquellos de
aquellos que lo solicitaran: y el divino Salvador se dignó hacerle
entender que no rechazaría nunca a quien se lo pidiera con fervor.
Pidámosle, pues, que quiera entregarnos a María como sus hijos,
eligiéndola nosotros mismos como nuestra Madre.
No olvidemos nunca que la Santísima Virgen es nuestra mediadora delante de Dios. Recurramos a menudo a su poderosa intercesión.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
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