Virgo prudentissima
Virgen prudentísima. ¿Quién podrá
concebir la sabia prudencia que María conservó en el momento en que el
enviado del Padre eterno se presentó delante de Ella? Cuando la llamó
llena de gracia y bendita entre las mujeres, Ella se turbó, y no
comprendió como semejante elogio podía serle dirigido: a la vista del
grado de elevación al que se le destinaba, se humilló delante de Dios y
se creyó dichosa de merecer la calidad de esclava. Luego, recibiendo la
confirmación del Ángel, no dudó que todo lo que se le acababa de
anunciar ocurriría; y lo creyó sin buscar comprenderlo. Ella no pidió un
signo, no dudó como Zacarías. Ninguna objeción al Ángel, ninguna
pregunta y ninguna curiosidad propia del alma débil. María no dijo más
que las palabras absolutamente necesarias, unas para destacar el voto de
virginidad que había hecho, las otras para destacar su obediencia a la
voluntad del Señor. Tal fue la prudencia sublime de María que debemos
admirar siempre, ya que es imposible alabarla tan dignamente como
merece.
Ejemplo
El bienaventurado Simón Stock pedía a menudo a la
Santísima Virgen que la enseñara una forma en que pudiera honrarla. Un
día que estaba en oración delante de la imagen de la Santa Madre de
Dios, se le apareció llevando en sus manos un Escapulario, que le dio,
agregando que era el medio que Ella deseaba que utilizara para servir a
su gloria, y que lo mirara como un signo de salvación, de suerte que
cualquiera que lo llevara santamente hasta la muerte, no caería en las
penas del infierno. Los Soberanos Pontífices, que expidieron bulas y
concedieron indulgencias a favor de esta devoción, incluso los reyes
como San Luis, se apresuraron a entrar en la Asociación del Escapulario.
Pero nada sirvió más para difundir esta santa devoción que los
prodigios que el Cielo operó a favor del Escapulario. Uno de los más
señalados, fue el que ocurrió en el sitio de Montpellier. Un soldado que
llevaba consigo esta prenda de devoción a María, recibió una herida de
mosquete cuando se lanzaba al asalto; pero la bala, después de haber
atravesado su uniforme, se detuvo frente al escapulario sin hacerle
ningún mal. Luis XIII, que se encontraba en el sitio, fue testigo de
este prodigio de protección. En consecuencia, se apresuró a tomar este
santo hábito cuyo efecto sorprendente acababa de ver.
Imitemos la prudencia de la Santísima Virgen,
llevemos su Escapulario, porque María nos protege contra el peligro,
especialmente a la hora de la muerte.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
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