Mater amabilis
Madre amable. Sólo cuando se pronuncia
el nombre de María con devoción, se siente en el corazón la dulzura y
los atractivos del amable nombre de la Madre de Dios, que es, como
decía David de Jonathás, amable por encima de todas las mujeres. Que
alegría pura, qué suave placer no se debe experimentar, por
consecuencia, considerando el mérito y la bondad de quien es elegida desde
la eternidad. ¿Se osaría, después de esto, poner en paralelo bondad de
María con los encantos de Rebeca o los atractivos de Raquel, la figura
de Esther o el noble caminar de Judith? Ciertamente no; hay que
convenir que María, por su calidad de Madre de Dios las supera en
gracias, en belleza y en perfecciones. Es lo que la Iglesia reconoce
cuando, considerando la augusta calidad de Madre de Dios en María,
declara que no sabe qué expresiones emplear para publicar todas sus
alabanzas.
Mater admirabilis
Madre admirable. Las grandezas de
María están por encima de todo lo que podamos concebir; nos hacen
convenir que Ella es lo más admirable que hay en la creación.
Igualmente se le puede aplicar en verdad las palabras del profeta
Isaías que dijo de Jesucristo: Su nombre será llamado admirable;
porque, considerando que Ella fue el fruto milagroso de una Madre
estéril que concibió del Espíritu Santo y que se convirtió en Madre de
Dios, ¿no se impone declarar que todo es admirable en María?.
Ejemplo
Roma expresa a María un reconocimiento que el tiempo no
puede debilitar y la Madre de misericordia favorece con milagros a su
ciudad bien amada. En 1842, un pobre mendigo, reumático de las dos
piernas, conocido por la ciudad entera, iba regularmente a pedir su
curación delante de la Madonna del palacio Cenci. Cansado de no
conseguir nada, dijo un día a su divina Madre, en un lenguaje familiar a
la piedad italiana: Hace tiempo que vengo y no he sido curado; pues
bien, ésta es la última vez que vengo. Toma mis muletas, ya no quiero
servirme de ellas, y me quedo aquí, a menos que me devuelvas las
piernas. La oración de la piedad penetró el Cielo. El enfermo fue
curado, y no cabía en sí de gozo. La multitud que lo rodeaba grita,
llora, canta, la felicidad era general. La Madonna fue magníficamente
iluminada durante tres días y tres noches; las orquestas se sucedieron
para celebrar las alabanzas de aquella a la que no se invoca en vano.
El poder de María delante de su divino Hijo es admirable, todos podemos pedirlo.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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