Sancta Trinitas, unus Deus
Trinidad santa, un solo Dios. El
misterio de la adorable Trinidad es el sumario de nuestra fe, el
fundamento de nuestra religión, y la fuente de todas las misericordias
divinas; esto es tan cierto que San Agustín asegura que en la religión
cristiana no hay gracias, virtudes, méritos, justificación ni salvación
que esperar que en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: la
Iglesia, después de dirigirse a las tres personas de la Santísima
Trinidad separadamente, las invoca juntas, exclamando: ¡Trinidad Santa,
que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros!
Sancta Maria
Santa María. Este augusto nombre es tan
amable y consolador para los verdaderos servidores de María, cuanto
terrible para sus adversarios; y se regocija al cielo hace temblar al
infierno; porque si queremos poner en fuga al demonio, pronunciemos
afectuosamente el nombre de María, y ese santo nombre, como un latigazo,
tirará por tierra al implacable enemigo del género humano. Y como David
combatió a Goliat con los cinco guijarros que había elegido, combatamos
de la misma manera al Goliat infernal pronunciando las cinco letras del
nombre de María, con la confianza y la intrépida seguridad que nos debe
inspirar.
Ejemplo
En 1834, en Angulema, un viejo curtidor, careciendo de
valor para soportar ciertas penas, se envenenó, pero presa de
remordimientos, se fue a confesar. Con su autorización, el confesor
llevó al curtidor al hospicio, pide un antídoto, pero mientras se lo
preparan, se toma el pulso al enfermo y no se le encuentra, se muestra
lívido, con los ojos velados. Todo anunciaba una muerte cercana. Ante
este cuadro, con el corazón traspasado por el dolor, pero lleno de
confianza en la divina misericordia, el ferviente ministro del Señor se
pone de rodillas y recita las Letanías de la Santísima Virgen. A la
primera invocación, siente volver el pulso del moribundo y, poco
después, le escucha decir algunas palabras: “Padre, dijo con una voz
muy débil: rece, rece más”. Suspiró y dijo también: “Santa María ruega
por mí”, y súbitamente le volvió completamente la conciencia. No sólo el
peligro de muerte había pasado, sino que la salud se había enteramente
restablecido sin que se hubiese empleado medicina. Se le preguntó al
anciano si conservaba alguna práctica piadosa. “No Padre, desde hace
mucho tiempo no digo ninguna oración”. Pero después de haber
reflexionado un instante, descubre su pecho y muestra su escapulario
diciendo: “¡Este es el único signo de piedad que he conservado!”. Llegó
el médico y aseguró que sólo un poder superior había podido prolongar su
vida más de dos horas después de la ingestión del veneno, uno de los
más activos que se conoce, y cinco horas habían transcurrido desde ese
fatal momento.
Llevemos con devoción el escapulario de la Santísima Virgen
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
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