Salus infirmorun
Salud de los enfermos. Para rendir
homenaje al poder de María, se la llama Salud de los enfermos, porque
teniendo todo poder ante Aquel de quien el profeta dijo en el salmo CII:
Es el que cura todas la enfermedades, el que devuelve la salud a los
enfermos que lo invocan; porque si Jesucristo dio a los Apóstoles el
poder de curar a los hombres de toda clase de enfermedades, ¿quién
dudará que la Madre de Dios, de quien dice el Salmo LXXXVI: Se ha dicho
de Ti cosas gloriosas, ¡Oh ciudad de Dios! Tenga el mismo poder? ¿Quién
dudará en creer que su poder sea igual a la gloria que goza en el Cielo?
Refugium peccatorum
Refugio de los pecadores. Es cierto que
los pecadores, según San Juan, encuentran en Jesucristo un Abogado
delante del Padre celeste, que compadecido de nuestras enfermedades
intercede por ellos, pero como después de haber ofendido al mismo
Jesucristo, temen la cólera de Cristo, no les queda sino María como
refugio en su desventurado estado. Es lo que Ella parece ofrecer,
siguiendo las palabras del salmo LXXXVI, que se pone en sus labios. Me
acordaré de Rahab de Babilonia, que me conocerán. Promesa
verdaderamente consoladora para los pecadores que han sido figurados
mediante los nombres de estas dos ciudades. Abrochémonos a Ella con
confianza, reconozcamos su ternura, y encomendándonos a su recuerdo,
pidámosle que nos obtenga el perdón de nuestros pecados.
Ejemplo
El V. P. Bernard, ese sacerdote tan célebre en
París en el siglo XIX, por su caridad hacia los prisioneros y por su
devoción a la Santísima Virgen, conducía al patíbulo a un hombre
condenado a ser colgado: este desventurado, a sus crímenes anteriores,
agregaba ahora horribles blasfemias contra Dios. Aunque hubiese colmado
la paciencia de aquellos que lo habían exhortado, el Padre Bernard no se
desalienta; sube con él hasta el cadalso, y empeña con él todo el celo
posible, y como quiso abrazarlo, el malvado lo rechazó de un puntapié, y
furioso, lo arrojó al pie de la escalera, sobre el empedrado. El Padre
Bernard, aunque herido, se levanta, se arrodilla e invoca a su
potente Mediatriz, por su oración ordinaria: Memorare, o piisima! Etc.
¡Admirable efecto de su protección! La oración no había terminado y se
vio al sentenciado estallar en lágrimas de penitencia, convertirse,
pedir perdón, confesarse y edificar con su arrepentimiento, tanto como
había horrorizado por su obstinación.
Si tenemos la desventura de ofender a Dios,
recurramos a María, refugio de los pecadores, roguemos por la conversión
de las almas que nos son queridas.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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