Virgo veneranda
Virgen venerable. Leemos en la
Escritura que cuando Betsabé fue a encontrarse con Salomón para
hablarle, este rey se levantó prestamente para hacerle los cumplimientos
que merecía, y que después de haberla saludado respetuosamente, la
sentó en un trono que hizo colocar al lado del suyo, con el fin de
honrar públicamente a la autora de sus días. Ahora bien, si este honor
convenía a la madre de un Rey, ¿qué gloria, qué distinción conviene a
aquella que, por su calidad de Madre de Dios, tiene derechos
incomparablemente más santos y mas claros a los honores? Igualmente,
Jesucristo para honrar a María, le concedió todos los privilegios y la
preeminencia que convenía a tal Hijo conceder a tal Madre. Igualmente, Ella forma en el Cielo un rango aparte: tiene un orden separado,
siempre, debajo de Dios, pero siempre por encima de lo que no es Dios.
Virgo predicanda
Virgen digna de alabanza. Esforcémonos
por ofrecer a María el tributo de nuestras alabanzas y, a ejemplo de esta
señora que exclamó al ver al Salvador: Dichosas las entrañas que te
tuvieron y los pechos que te amamantaron; celebremos su gloria y su
honor, porque todo es honorable en ella, que el cielo y la tierra no
presentan un objeto más digno de nuestros homenajes y de nuestras
alabanzas, después de Dios, que María.
Ejemplo
El admirable San Luis, honor y ejemplo de los reyes,
tenía una devoción tan tierna y tan viva por la Santísima Virgen, y
tanto amor por su humildad, que para honrarla y para imitarla, hacia
reunir todos los sábados, días consagrados a María, una multitud de
pobres en su palacio, en su apartamento mismo. Ahí, siguiendo el ejemplo
del Salvador, les lavaba los pies en una vacía y los secaba con sus
manos reales; enseguida, les besaba con un respeto que hacía ver que
reconocía en ellos a los miembros de Jesucristo; después de aquello,
para juntar la caridad con la humildad, los hacía comer, y los servía él
mismo en la mesa. Terminaba con una rica limosna que distribuía a cada
uno de ellos, siempre en honor de la Reina del cielo y de la tierra.
Había deseado morir un sábado, como para coronar con el homenaje de sus
últimos suspiros todos los honores que había rendido cada semana de su
vida ese día. Fue escuchado. María quiso que ese día de honor para Ella
fuese también el de la entrada a la gloria al cielo para su fiel
servidor.
Merezcamos, por nuestra caridad, que los pobres nos alaben delante de Dios.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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