Mater inviolada
Madre sin mancha. Las comparaciones que
se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a la que se
compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por
los rayos del sol que lo penetran, siendo insuficientes y por debajo
del misterio de una Virgen Madre, no se puede sino admirar en un
respetuoso silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios
quiso ser concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su
Madre sin violar su pureza que salir de su tumba sin remover la piedra,
sin quebrar el sello?
Mater intemerata
Madre sin corrupción. En efecto, ¿no
convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los
decretos eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como
Jesucristo lo fue por su naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de
un Dios no haya debido ni podido estar un instante bajo el imperio del
pecado? Igualmente, San Agustín quería que no se hiciese mención de
María cuando se hablara del pecado. No podemos hacer nada mejor que
compartir los sentimientos de ese gran Doctor; y reconociendo a María
como Madre de Dios, reconozcámosla como una Madre que estuvo exenta de
toda corrupción.
Ejemplo
El P. de Smet, misionero de la Compañía de Jesús, en
medio de las naciones salvajes de América del Norte, abordaba, hace
algunos años, a la poblada de los Pottowatomies, que viven sobre las
márgenes de los Osages. Como se descargaba sus efectos, se llevó a bordo
a un muchacho que estaba peligrosamente enfermo. Se hacía tarde ya, y
debido al equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña que el gran
jefe le había preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien,
durante la noche, el joven enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le
arrancaba el dolor impulsaron al P. de Smet a entrar en su cuarto, con
el fin de aliviarlo o de consolarlo. Esta intención caritativa del
misionero conmueve al muchacho, que le abre su corazón. “Soy católico,
dijo, incluso recibí una educación del todo cristiana de uno de mis
tíos, que era un eclesiástico lleno de celo. Practiqué mucho tiempo la
piedad y, en especial, siempre tuve una especial devoción por la Madre
de Dios. Hace seis años que viajo por las montañas, en medio de una
tribu salvaje, sin haber encontrado ningún sacerdote y, sin embargo,
nunca olvidé a María”. “Sin duda es Ella la que me conduce ante usted,
hijo mío, respondió el venerable misionero; ella quiere verificar en su
persona las palabras de San Bernardo; que nunca se la ha invocado en
vano. Créame, aproveche de esta gracia que le ha concedido. Hace tiempo
que no ha purificado su conciencia, tal vez tenga reproches que
hacerse. Comience su confesión”. El muchacho accedió de buena gana a la
invitación del ministro caritativo; se confesó en medio de grandes
sentimientos de piedad y recibió también la Extremaunción. El P. de
Smet supo después que había muerto al día siguiente de su llegada.
Si nos encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber, recurramos a María.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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